Novecientos setenta y nueve días

Por Benjamín Franco Mariscal

Las personas olvidamos el significado del tiempo. Es realmente sencillo. El tiempo pasa y no regresa. El tiempo se invierte. El tiempo se vive. La ruta sería Amsterdam – Ciudad de México. Once horas de vuelo aproximadamente. El capitán del vuelo se integró con sus dos primeros oficiales en el lobby del hotel. Ambos eran jóvenes y con grandes motivaciones por algún día llegar a ser capitanes. Los sobrecargos de igual forma se presentaron con los pilotos.

El capitán delgado y con un cabello totalmente blanco imponía sabiduría y experiencia, y al ver que el reloj ya mostraba las nueve de la noche con treinta minutos invitó a la tripulación a dirigirse afuera del hotel donde ya los esperaba un autobús que los llevaría al aeropuerto.

—¿Qué tal la pasaron? —preguntó el capitán.

Algunos comentaron sus experiencias en la pernocta. Otros simplemente permanecieron en silencio. Tal vez no hicieron nada digno para contar. En realidad el tiempo de pernocta es personal. Cada quien decide si lo vive con el resto del grupo o solo. En el caso del capitán, fue afortunado en llevar a su esposa y a sus dos hijos. Se puede decir que el tiempo de pernocta lo vivió en familia. Afortunadamente.

—Un viaje más —dijo el primer oficial que acompañaba al capitán al frente del autobús—espero disfrute mucho del vuelo, capitán.

La esposa y los hijos lo miraban orgullosos. Era un vuelo cualquiera para muchos, pero especial para los que conocían la historia detrás de esa mirada cansada del capitán.

Si los aviones hablaran, ¿Cuántas cosas nos dirían? No sólo de la cabina. ¿Cuánta energía acumulada de tantas personas habría en cada vuelo? Energía para los creyentes de lo que no se puede explicar. Sueños para los soñadores. Historias para los escritores. Yo quiero pensar que es tiempo acumulado. Cada persona lo conserva y lo traduce como quiere.

La tripulación caminó por el aeropuerto. Todos erguidos con orgullo pasaron junto a la sala de espera. Los pasajeros los miraron. Por alguna razón siempre miran a los protagonistas del vuelo. Era un vuelo lleno. Más orgullo para los tripulantes. Ser responsables de la seguridad de tantas personas es algo admirable.

—¿Quién quiere volar? —preguntó el capitán cuando llegó la hora de definir quién sería el piloto a los controles.

—¡No! Por favor, usted va a volar, capitán —respondieron los dos primeros oficiales.

—¿Seguros?

—Sí, sí, capitán, usted va a volar.

—Muchas gracias, muchachos —dijo el capitán con una ligera sonrisa llena de nostalgia.

El vuelo salió a tiempo de la plataforma del aeropuerto Schiphol en Amsterdam. El avión fue autorizado a despegar en medio de una noche despejada y por unos instantes la mirada de los pilotos estuvo dirigida directamente a las estrellas. En pocas horas ya estaban cruzando el océano Atlántico. El primer oficial que se encontraba sentado en el asiento del observador tomó el primer descanso. Después fue el turno del capitán, pero él prefirió esperar en cabina. Los dos primeros oficiales también se quedaron en cabina, nadie quiso descansar. Poco rato después, el color verde dio sus pinceladas en el cielo y en un silencio placentero los tres pilotos admiraron la magia que produce el sol cuando de alguna manera se pone en contacto con la tierra.  

Poco antes de llegar al continente americano, fue el turno del otro primer oficial para salir a tomar su descanso.

—¿Qué harás después de este vuelo? —preguntó el primer oficial que permaneció en cabina.

—Me dieron días libres —contestó el capitán a modo de broma y los dos comenzaron a reírse —No, en realidad no sé bien. Me gustaría tomar un crucero alrededor del mundo. 

—Quieres seguir viajando.

—¿Sabías que antes de ser piloto quise ser marino?

—Los viajes están en tu sangre.

—Me gusta viajar porque me gusta conocer. Nunca dejas de aprender.

Hubo un breve silencio.

—Ya llegamos —dijo el primer oficial al ver la oscura costa del continente americano.

—Ya llegamos —contestó el capitán, aunque en realidad les faltaban cinco horas más de vuelo.

En la madrugada tuvieron contacto con el primer centro de control en México. Nadie volaba a esas horas. O eso parecía. Después tuvieron contacto con la frecuencia de aproximación. Nadie se dirigía a la Ciudad de México, o eso parecía. Fue hasta ese momento que el controlador dijo algo fuera de lo normal.

—Felicidades, capitán, gracias por sus años de servicio —la frecuencia comenzó a saturarse.

—Felicidades, capitán —dijo alguien en la frecuencia.

—Gracias, capitán —dijo alguien más —Las felicitaciones comenzaron a escucharse. El capitán no pudo responder y señaló lentamente el radio para pedirle a uno de sus primeros oficiales que contestara por él.

Comenzaron la aproximación. El descenso fue suave y constante. No había turbulencia y después de unos minutos se escuchó la cuenta regresiva que llena de vida a cualquier piloto.

Fifty, forty, thirty, twenty, ten —el avión aterrizó, los speedbrakes se levantaron, las reversas se armaron y el avión frenó sobre la pista. El capitán rodó fuera de la pista y el controlador de tierra también lo felicitó.

—Gracias por tantos años, capitán, disfrute de su jubilación.

—Gracias a ustedes por acompañarnos día y noche, por no dejarnos solos y cuidarnos —contestó el capitán con voz entrecortada.

El avión se acercó a la terminal. Dos camiones de bomberos ya los esperaban y lanzaron chorros de agua creando un arco por donde pasó el avión hasta llegar a la posición final en donde el capitán apagó los motores del avión y la primera lágrima dejó su huella en su mejilla. El primer oficial tomó el micrófono y dijo:

—Tripulación de cabina desarmar toboganes. Estimados pasajeros, el día de hoy fue el último vuelo de nuestro capitán —el avión entero comenzó a aplaudir sin esperar el resto del mensaje. En la cabina se escuchaban los aplausos.

—Queremos agradecerle tantos años de servicio, de experiencias compartidas y de llevar a tantas personas de manera segura a su destino. El día de hoy fueron las últimas once horas de vuelo de un promedio de veintitrés mil quinientas horas acumuladas. Muchas gracias, capitán.

Fueron poco menos de veintitrés mil quinientas horas de vuelo que se traducen en un viaje de más de novecientos setenta y nueve días en un avión. Ese fue el tiempo que el capitán invirtió para vivirlo con sacrificio, siempre agradeciendo a sus seres queridos quienes lo apoyaron y nunca lo dejaron en esa aventura.

Benjamín Franco Mariscal
Primer oficial en equipos Boeing 737 NG/MAX. Egresado de la facultad de arte de la Universidad de Auckland en Nueva Zelanda, con especialidad en cine y literatura inglesa. Autor del libro: Todas menos Sofía.