Por Benjamín Franco Mariscal
–¡Te voy a contar la anécdota de cuando me atreví a ceder los controles! –dijo el capitán mientras volábamos a nivel de vuelo 350.
–¿Tus controles, controles míos?
–Así mero –contestó tomando un café, y comenzó a contarme la siguiente historia.
El primer día que cedí los controles del avión aprendí el significado de cuando dicen que a volar se aprende volando. Después de iniciar la aproximación a la pista 05 del aeropuerto de Hermosillo, el capitán y yo nos percatamos de una tormenta que parecía estática en una zona cercana a la terminal del aeropuerto.
–No te preocupes, todavía está lejos –dijo el capitán en respuesta a mi preocupación. Todavía hoy me pregunto si fue evidente, y de ser así, ¿qué me delató?
–No me preocupo, vamos bien, ¿no? –pregunté nervioso al iniciar el arco DME de la aproximación. El capitán me miró y yo sentí su mirada que forzaba que volteara, y cuando lo hice, no pude evitar reírme. Él sonreía con sarcasmo.
–¿Puedes?
–Sí puedo, flaps 1 –le dije concentrado para empezar la configuración del avión.
Dejé de ver la tormenta por unos momentos, y estando en fase final, el avión se movió como un papalote necio, no pude evitar ver que la tormenta se acercaba al aeropuerto. Tal vez me encuentre con windshear, pensé, y recordé la técnica de vuelo para realizar una aproximación fallida. Apenas tenía diez horas de haber sido habilitado en el avión, mi nerviosismo e inexperiencia era algo latente.
Nuestros cuerpos se movieron, como dados en la mano de una persona que está a punto de lanzarlos a la mesa de apuestas, revolotearon en sincronía con la aeronave mientras el viento soplaba alejándonos de la pista. Pero ninguno de los dos decía algo.
–One Thousand!
–Check –contesté.
La primeras gotas de lluvia ya caían sobre nosotros, la visibilidad se redujo sin dejarnos a ciegas totalmente, la pista aún se veía. El viento levantó el polvo de los terrenos secos de Hermosillo. El pequeño avión se debatía el vuelo entre tierra, agua y viento. Sólo faltaba fuego… Pero ese día no.
–¡Vas bien! Todavía se ve la pista –me dijo el capitán con una voz seria y fuerte. Yo no respondí pues me concentré en las luces papi que me indicaban que estaba un poco alto. Tres blancas y una roja, así que continué.
–¡Controles tuyos! –dije.
–Controles míos –el capitán tomó el avión un momento –¡Vas bien, campeón! Cuáles míos, agarra el avión. ¡A volar se aprende volando!
Rápidamente tomé el avión y comenzó la cuenta regresiva. Five Hundred, One hundred…
–¿Autorizado a aterrizar?
–¡Sí! –dijo el capitán –¿tienes la pista? Concéntrate campeón, vas centrado y la velocidad está bien.
Mis manos y pies se movían en respuesta a lo que el viento me decía. Yo contestaba a sus golpes y con fuerza mantuve el avión centrado. Fifty, fourty, thirty, twenty, ten… Aterricé un poco largo sobre la pista y dejé que la nariz bajara suave hasta tocar y entonces armé las reversas que afortunadamente ese avión sí tenía. El avión se detuvo y todo se convirtió en gris y café. La tierra nubló todo a nuestro alrededor y el viento movía al avión detenido.
–¿Están ahí? –preguntó alguien en la torre después de esperar unos treinta segundos en silencio.
–Aterrizó el copi, ya sabe como son. Seguro se portó mal ayer –contestó el capitán, y el controlador de la torre sólo se rio.
Silencio absoluto en la cabina por cinco minutos que duró la tormenta. De pronto todo era cielo azul, despejado y pajaritos.
–Despejado severo –dijo el capitán –se nota que ahora vuelo yo.
Yo no pude evitar reírme.
–¡Gracias, capitán!
–Con gusto, campeón. ¡A volar se aprende volando!.
Benjamín Franco Mariscal
Primer oficial en equipos Boeing 737 NG/MAX. Egresado de la facultad de arte de la Universidad de Auckland en Nueva Zelanda, con especialidad en cine y literatura inglesa. Autor del libro: Todas menos Sofía.