Por Ramón Marin.
Hay un término que a los encumbrados en la administración de los dineros les encanta usar: Disciplina.
Para controlar costos es necesario ejercer disciplina dicen; pero a pesar que la acepción de la palabra pueda ser correcta, la aplicación en boca de los gobernantes y empresarios oculta otras intenciones. A un régimen de conciencia y mesura en el ejercicio de un presupuesto puede definírsele en mejores términos, como moderación, por ejemplo.
Disciplina suena como la virtuosa acción de evitar caer en tentaciones, por ejemplo de gastar. Infiere pues que existe un bien y un mal. Si uno diligentemente cumple lo solicitado entonces al individuo se le dice que tiene disciplina. Por el contrario, si se es descuidado o no se hace lo encomendado el culpable recibe una medida de disciplina o castigo. La palabra describe al mismo tiempo virtud y penitencia.
Un eufemismo es una manera de referirse a algo -generalmente desagradable- que no queremos decir o que no nos conviene que los demás escuchen. Cuando en un negocio el patrón habla de disciplina en el gasto ya entendemos que se va a cortar, a encontrar la versión más barata, a explotar el máximo aprovechamiento de algo con el costo asociado más bajo (o si se puede sin ninguno en absoluto), pero eso sí, dicho con palabras bonitas, que casi mienten.
La disciplina puesta así, se impone; y cuando esta imposición quita y cuenta ambiciosa los centavos en la mesa, de la misma se levantan el orgullo y la dignidad de los subordinados. En la aviación, el estira y afloja de una negociación laboral -proceso que naturalmente debería caer en lo que es justo para las partes- se vuelve necio, avaro y codicioso en momentos en que la industria jamás había sido tan redituable (cuando en un sentido económico podría permitírsele ser un poco indisciplinada).
Entendemos claro está, que el objetivo del negocio es mantener al inversionista contento, pero seguro habrían mucho mejores resultados si en vez de generar utilidad y rendimiento para uno a través de la mentada disciplina, se buscara fomentar respeto entre todos.
Una empresa que da el lugar que le corresponde a su trabajador, que escucha, que reconoce y que es sensible es una empresa que respeta. El respeto genera orgullo, el orgullo compromiso y este a su vez produce resultados. La fórmula del recorte por aquí y por allá, la visión “centavera” que convierte todo en moneda de cambio y negociación contractual está desgastada. Sí, ha funcionado, sobre todo en tiempos en que faltaba el trabajo y sobraban los pilotos; pero el entorno actual empieza a evidenciar que las cosas cambian y este nuevo escenario no presenta cosas buenas para las aerolíneas con esquemas abusivos y obsoletos.
Hoy día se disputan verdaderas batallas internacionales por recibir y mantener pilotos calificados. En Colombia los pilotos encaran a Avianca, en Argentina se prepara la defensa contra la llegada inminente del bajo costo de outsource; en Chile y Panamá simplemente no hay pilotos nacionales suficientes para alimentar sus aerolíneas. En Europa Ryanair cancela miles de vuelos por lo que todo mundo reconoce (excepto su CEO, Michael O’Leary) que es el éxodo de pilotos a otras líneas a pesar de un bono emergente -o patadas de ahogado- de entre 10,000 y 12,000 euros prometidos para permanecer en la empresa.
En México se empiezan sentir algunos síntomas similares. Algunas aerolíneas de bajo costo rompieron ya los acuerdos de “¿caballeros?” en los que no se habrían de arrebatar pilotos de Airbus. Para garantizar sus reclutamientos algunas empresas ofrecen futuro trabajo a estudiantes que aún no saben hacer una aproximación por instrumentos y en el colmo del cinismo y la ceguera empresarial (algunos dirían que “ven la tempestad y no se hincan”) ofrecen menos pago, como si el costo de la inexperiencia y la oportunidad lo debiera absorber el piloto novato.
Disfrazada de competitividad con operadores internacionales se manosea la ley en México para imponerle al piloto un incremento de las horas mensuales que vuela cuando es probable que detrás de esto esté la incapacidad de reclutar y retener al talento humano. Se ha cabildeado también la modificación a la ley para buscar que extranjeros puedan tripular aeronaves mexicanas. Leamos entre líneas; hay un grupo de gente que se empieza a preocupar por tener llenos los asientos, pero en las cabinas de pilotaje.
De las propias empresas con ASPA, aunque a mucha menor escala, ya hay antecedentes de pilotos que emigran (tal vez no por malos tratos, sino porque el trato afuera es mucho mejor). La soberbia empresarial empieza a pagar sus primeras penitencias.
Ahora bien, ¿Dónde están los nuevos pilotos? En México están ahogados en el profundo mar del costo por aprender a volar, de las escuelas que no enseñan, de las que prometen horas de verdad y llegan de papel, de los gestores y coyotes, de las licencias y certificados que parecen ser originales y se imprimen en la plaza de Santo Domingo, del costo de preparación para el oscuro examen de teoría, de las horas de simulador, del “viático” del sinodal, del examen médico y del cuestionario psicológico de 1960. Los que se gradúan son muchos menos de los que empiezan.
Nuestra Fuerza Aérea no produce suficientes pilotos como para nutrir a la aviación comercial como tanto tiempo y de manera confiable lo hizo en Estados Unidos. Pareciera que incluso en la estricta vida militar hay un deseable equilibrio entre disciplina y respeto al que no todos quieren renunciar.
Aquellos jóvenes ahí afuera que analizan el panorama laboral saben que ya se fue la época que nos enseñó Leonardo Di Caprio en “Atrápame si puedes” con traslados en limosinas, hoteles dignos y servicio con guantes blancos. A la generación del nuevo milenio que tanto le gusta el refuerzo positivo en nada le interesa una industria de claves de empleado y trabajo sin sentido de enriquecimiento personal. Miran pues, con inteligente desinterés la opción de hacerse en la aviación una carrera poco reconocida y mal pagada.
Este escenario se ha vislumbrado desde tiempo atrás, pero empecinada en postergarlo, ambiciosa por cuidar del centavito y necia a vacunarse cuando aún había salud, las aerolíneas pierden al doctor y pierden la medicina.
Si el respeto a sus trabajadores y al valor que aportan en la generación de riqueza fuera parte esencial de una administración de recurso humano, si genuinamente se le diera el lugar que le corresponde (y no cuando solo es indispensable o demasiado tarde para hacerlo) y cuando la imposición de la disciplina se cambie por el mutuo respeto, las empresas podrán disfrutar de una fuente saludable y duradera de pilotos.