Por Benjamín Franco Mariscal
—Te vamos a regalar una hora de vuelo —dijo el director de la escuela de aviación —así podrás saber si te gusta volar.
Una joven de veinticuatro años visitaba junto a su padre una escuela de aviación. Ambos se encontraban nerviosos por la decisión que estaban por tomar. Los dos desconocían sobre la industria aeronáutica. No sabían qué esperar y la noche anterior conversaron sobre el tema en el mirador de un aeropuerto mientras los aviones aterrizaban.
—¿Qué tal que te mareas, hija?
—A mí me da más miedo no alcanzar los pedales —dijo la joven a modo de broma.
—Es que me gustaría que alguien nos dijera si es buena decisión o no.
—A mí también, papá.
—¿No es una profesión de hombres?
—Eso también me preocupa. Qué tal que siendo mujer me tratan mal.
En ese momento, un avión de cuatro motores aterrizó en la pista cercana al mirador.
—Imagínate que un día vuele ese avión —dijo la joven sonriendo.
—Sería grandioso, hija. Yo sería el papá más orgulloso.
El día en que el director de la escuela le regaló la hora de vuelo a la joven soñadora fue el día en el que por poco decide no ser piloto.
—¿Cómo te fue? ¿Por qué bajaron tan pronto? —preguntó el papá un poco nervioso, pero igualmente contento por su hija.
—Me mareé, papá, casi vomito —dijo la joven aún pálida del rostro —yo creo que esto no es para mí.
—¿Alcanzaste los pedales? —preguntó el papá abrazando a su hija.
—Sí.
El papá, a modo de aprobación, hizo una seña con la mano hacia el director que los miraba a través de una ventana en el edificio cercano al área donde se encontraban los aviones. Un mes después la joven comenzó su curso de teoría y dos meses después de comenzarlo, fue el día de su primer vuelo sola.
—¿Estás lista? —preguntó el instructor antes de bajarse del avión.
—¿Yo? Usted debería decirme —contesto la joven un poco nerviosa.
El instructor comenzó a reírse.
—Acuérdate, thrust and attitude —el instructor bajó del avión modelo cessna-172, cerró la puerta con el motor aún andando y caminó hacia una pequeña casa de cemento con dos bancas de madera. Se sentó en una de ellas y saludó a su alumna a la distancia.
—Muy bien —dijo la jóven dentro del avión —yo puedo. Hagamos la lista.
El avión comenzó a rodar en el aeropuerto pequeño de una sola calle de rodaje y una sola pista.
—x-ray bravo bravo foxtrot mike, Cessna-172 antes de pista once —dijo la jóven en una frecuencia genérica. Nadie contestó, ella estaba sola en el aeropuerto —ahora rodando a posición pista once.
El avión rodó lentamente a la cabecera de la pista once. La joven se alineó para ver las líneas del umbral de pista y el numero once en un blanco desgastado por el calor y el tiempo.
—Estoy lista —dijo la joven y lentamente comenzó a acelerar el avión —ahora despegando pista once —anunció en la frecuencia.
Desde la banca de madera la miraba el instructor. El avión parecía acelerar lento, pero dentro de la cabina la joven sentía cómo la velocidad y el ruido incrementaba con gran velocidad. Entonces comenzó a elevarse.
—¡Sí! ¡Lo logré! ¡Estoy volando sola! —gritaba como loca desde la cabina.
Inició su primer patrón visual, realizó su configuración como se lo enseñaron y se enfiló nuevamente a la pista. En un descenso constante poco a poco fue mirando el número once crecer. Su mano izquierda, que sujetaba la columna de control, se sentía mojada por el sudor. Su mirada estaba concentrada en la pista. El calor la movía y desestabilizaba, pero nada impidió que ella aterrizara. Las tres ruedas tocaron la pista y la joven avanzó un poco sobre la misma para nuevamente incrementar la velocidad, despegar y repetir el patrón para volver a aterrizar.
Diez años más tarde, esa joven fue mi capitán y en un vuelo con destino a la ciudad de Nueva York, me contó esa historia.
—¡Qué buena historia! —dije emocionado —¿Qué tal que nadie te dice que los pedales del avión se pueden ajustar?
—A mi nadie me dijo que los pedales de un avión se pueden mover —contestó la capitán soltando una carcajada —pero sí estoy a la altura.