Por: Saúl Reza Arcelus
En un vistazo, mis ojos cubren miles de millas cuadradas de terreno. Ciudades, con poblaciones enteras se ven enfiladas, una tras otra, hasta el horizonte oscuro de la noche. Desde este asiento veo distancias, que ningún ser humano podría cubrir caminando durante una vida completa. Tan arriba en la atmósfera, ni siquiera las luces artificiales opacan el brillo infinito de las estrellas que conforman la Vía Láctea. Somos los seres humanos más altos en este cuadrante de nuestro planeta, desafiando las leyes más exigentes de la naturaleza. El cielo se encuentra tranquilo y a pesar de que nuestra velocidad aproximada es de 820 kilómetros por hora, una calma sutil prevalece en la cabina de mando de nuestro avión.
Desde que despegamos de Sacramento International en California, solo me he dedicado a las tareas relativamente rutinarias que un Piloto debe de realizar durante un vuelo normal de línea aérea. En esta ocasión, no soy yo quien está a los controles, volando el avión. Normalmente, alternamos esa labor entre diferentes tramos; en un vuelo el Capitán (la autoridad absoluta de la aeronave) es el ¨Piloto Volando¨, y el Primer Oficial (el segundo en la cadena de mando), es el ¨Piloto Monitoreando¨. En el subsecuente vuelo, los roles cambiarán, y seráel turno del Primer Oficial de ser el ¨Piloto Volando¨, y el Capitán se encargarádel monitoreo. El ¨Piloto Volando¨controla la trayectoria de la aeronave, de navegar en una dirección específica, de despegar y aterrizar…o ¨aterrorizar¨(no siempre esos aterrizajes pueden ser suaves y cómodos). El ¨Piloto Monitoreando¨tiene la responsabilidad de verificar las acciones que realiza el ¨Piloto Volando¨, de comunicarse con el Control de Tráfico Aéreo, de comprobar el estado de los diferentes sistemas del avión, de realizar las acciones establecidas por las diferentes listas de comprobación en caso de que ocurran fallas, o eventos fuera de lo normal, entre otras cosas. Todo está bella y meticulosamente orquestado, para poder operar el avión de forma efectiva (con seguridad, comodidad y economía).
Después de haber despegado, disfrutamos de una extraordinaria vista de la ciudad al virar hacia el Sureste. Mi compañero es muy suave con los controles, y mi mente recorre la idea de que hay una línea muy fina entre la mecánica y el arte cuando se trata de volar. En cada movimiento, en cada ascenso (subir), en cada descenso (bajar), en cada viraje (girar), el piloto de alguna forma expresa la sensibilidad de sus sentidos, y la liberación de su espíritu. Como un músico con un instrumento musical, nosotros convertimos a los aviones en una extensión de nuestro cuerpo, y nuestra mente, obteniendo asípoderes sobrehumanos que nos permiten atravesar las alturas, la distancia y los tiempos. Nuestra música resuena como rugidos en el aire. Nuestra pintura consiste de estelas que decoran los cielos. Al poco tiempo durante nuestro ascenso, podemos ver a nuestro lado derecho las luces de Oakland y más allá San Francisco.
Este vuelo, tal vez, tiene todas las características de una rutina. En el asiento 14A alguien disfruta de un cálido té de manzanilla, en la fila 17E, alguien comienza a ver una película en la pantalla de su asiento, y más allá un bebé llora, tal vez por cansancio, o tal vez por hambre. Desde hace tiempo, estar aquíarriba no parece tener nada de especial. Es evidente que hay cosas que con el transcurrir de los años hemos dejamos de reflexionar.
En Mayo de 1953, Sir Edmund Percival Hillary y Tenzing Norgay fueron las primeras personas en alcanzar la cima del Monte Everest, que se encuentra a una altura de 8,848 metros (o 29,000 pies) sobre el nivel medio del mar. Este esfuerzo requirióla cooperación y coordinación de aproximadamente 400 personas, 10,000 libras de equipo, y un promedio de 40 días desde que fue establecido el campamento base, hasta que se alcanzóla muy lejana meta. Al alcanzar su objetivo, Hillary y Norgay solo estuvieron 15 minutos en la cima del mundo, antes de iniciar su prolongado y peligroso descenso. A nosotros, desde que despegamos, a bordo de nuestro Boeing B737-800, solamente nos toma 14 minutos alcanzar esa misma altitud, y 5 minutos después hemos alcanzado nuestra altitud final de 36,000 pies u 11,000 metros. La altura del monte Everest ha sido superada, exitosamente, por aproximadamente 150 personas (no es un vuelo lleno) que no saben, o no se dan cuenta, que lo acaban de lograr. Una vez más hemos logrado lo que alguna vez se pensó que era imposible, una historia de ciencia ficción rodeada de escepticismo.
Nuestra capacidad de volar, es evidencia de la grandeza del espíritu humano, de nuestra resistencia en contra de la adversidad, de nuestra infinita imaginación, y de nuestra necesidad de lograr algo más grande que nosotros mismos. Si tomamos en cuenta todos los factores que me permiten estar en este cómodo asiento, disfrutando del cielo de California solo unas horas antes de llegar a mi casa (su casa) en la Ciudad de México, estaríamos relatando una de las más grandes e importantes hazañas jamás contadas; una historia que para muchos, no se aleja mucho de ser un milagro, o un acto de magia.
No mucho tiempo ha transcurrido en nuestro vuelo, cuando en la distancia puedo empezar a observar las luces de Los Ángeles. Estoy viendo de alguna forma a 3.9 millones de personas, congregadas, moviéndose entre las luces de una ciudad que jamás parece descansar. 3.9 millones de mundos, historias y destinos, imposibles de descifrar o analizar. Pero desde las alturas, lo podemos ver todo. Esta ciudad, como muchas otras, se refleja en el fuselaje de nuestro avión y en nuestra memoria, como una fidedigna pintura de lo fascinante que es la era de la aviación. Los Ángeles International, Santa Mónica, Torrance, Long Beach, Los Alamitos, Northrop/Hawthorne…son aeropuertos que se encuentran relativamente juntos, en un radio de aproximadamente 27 kilómetros. Pareciera que nuestra necesidad de estar cerca del cielo, es insaciable, pues hemos construido pistas para despegar y aterrizar por montones, inclusive en los lugares más inhóspitos e inverosímiles. La costa Oeste de los Estados Unidos, es una zona de juego para nosotros, los que no podemos saciarnos de recorrer los caminos del aire.
Repentinamente, un pensamiento captura mi atención, y mis dedos escriben en mi Control Display Unit (el dispositivo que me permite accesar a las computadoras y software del avión o Flight Management Computer) las siglas ¨KEDW¨. Estas siglas representan un lugar en la tierra, y no cualquier lugar. Las siglas ¨KEDW¨son el identificador de la Base Edwards de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Localizado en el lecho seco del lago Rogers, a 105 kilómetros al Noreste de Los Ángeles, este desolado aeropuerto en el desierto es uno de los lugares más históricos y representativos para la humanidad. La Flight Management Computer rápidamente dibuja en el mapa de mi pantalla de navegación, la ubicación exacta de Edwards. Se encuentra a nuestra izquierda, a solo unas 40 millas náuticas. Al voltear en esa dirección recuerdo la introducción de una de mis películas favoritas palabra, por palabra: ¨Había un demonio que vivía en el aire. Decían que cualquiera que lo retara moriría. Sus controles se congelarían, sus aviones se sacudirían salvajemente, y se desintegrarían. El demonio vivía en Mach 1, en el indicador de velocidad, setecientos cincuenta millas por hora, donde el aire ya no podía apartarse del camino. Vivía detrás de una barrera a través de la cual se decía que ningún hombre podría jamás pasar. Se llamaba la barrera del sonido…¨ (The Right Stuff, 1983) Fue en este mismo segmento del cielo, en el que el 14 de Octubre de 1947, sucedióalgo que cambiaría el curso de la historia, de nuestro mundo y la vida de los seres humanos que eran, que son y que serán. El General Charles Elwood ¨Chuck¨Yeager, a bordo de un avión Bell X-1 al que bautizó como ¨Glamorous Glennis¨, derrotó al fin a ese demonio, y la barrera del sonido se quedó atrás. Con un boom sónico resonando sobre la arena del desierto, Yeager demostróuna vez más que somos capaces de superar lo imposible, y que ningún reto, ningún obstáculo, es lo suficientemente grande, para minimizarnos o dominarnos. Somos más fuertes y grandes, que la suma de las resistencias que se oponen a que sigamos avanzando, más alto, y más rápido.
En los siguientes 68 años, la Base Edwards sería testigo de al menos 18 aterrizajes de orbitadores espaciales (los cuales viajaban a aproximadamente 25 veces la velocidad del sonido, o 28,164 kilómetros por hora, en órbitas bajas alrededor de la Tierra) y de un sin fin de aeronaves que revolucionarían en cada vuelo, la forma en la que el mundo se conecta el día de hoy.
En ocasiones, reflexiono acerca de las cosas que pasan por la mente de un pasajero cuando se sienta junto a la ventanilla del avión e inmediatamente cierra la persiana. ¿Podría ser que en la era de la información, hemos perdido la capacidad para asombrarnos? Amelia Earhart alguna vez dijo: ¨No has visto un árbol, hasta que has visto su sombra desde el cielo.¨Esta singular perspectiva, que parece ser menospreciada cada vez más y más, nos enseña acerca de nuestra proporción como seres humanos con respecto a nuestro lugar y deber en este frágil mundo. Nos enseña humildad para confrontar limitaciones y debilidades. Nos otorga sobriedad para entender las consecuencias de nuestras acciones y asimilar su impacto. Nos permite valorar un poco más la fortuna de vivir en esta era, en la que nada, ni nadie, están lo suficientemente lejos, y nunca es demasiado tarde para cambiar nuestro personal ¨plan de vuelo.¨Tengo la esperanza de que en tu próximo vuelo, mantendrás esa persiana abierta, y disfrutarás de esa perspectiva, con nuevos ojos.
Nuestro destino se encuentra todavía a un poco más de un par de horas de distancia, y velozmente nos adentramos en la obscuridad del Noroeste Mexicano. Adelante nos espera nuestro hogar y la emoción que siempre el siguiente vuelo representa. Atrás de nosotros, la historia de cientos de personas cuya pasión, inquietud, espíritu de exploración, y de perseverancia nos abrieron las puertas para un futuro brillante, un futuro digno de nuestros mejores principios y valores, y del cual dependemos para nuestra propia supervivencia. Y finalmente, al mirar hacia arriba, observo en silencio, nuestro siguiente gran reto, el siguiente paso en nuestra evolución. Me doy cuenta de que aún a esta altitud, no hemos ascendido lo suficientemente alto.