Por José Suárez Valdez
La primera vez que leí El Principito no entendí porque el autor pedía disculpas a los niños por no dedicarles el libro, para mí era tan normal las cosas de las que hablaba, hasta siento que podía ver al elefante siendo devorado por la serpiente.
Hace unos días, derivado de uno de mis últimos artículos para este blog, entendí que caí en uno de los errores más básicos, ese que justamente quería evitar De Saint-Exupéry, empecé a ver las cosas con los ojos de adulto.
Creo que me toca ahora a mí, pedir una disculpa a todos los niños (sin importar la edad) si alguno de mis artículos ha puesto en duda sus ganas de querer volar y es qué a veces se me olvida ver a la aviación con los ojos de un niño y empiezo a verla con los ojos de “las personas mayores” que no se interesan más que en las cifras; hoy no les quiero hablar de fatiga, sindicatos o salarios, hoy quiero platicarles mi corto paso por la aviación con los ojos de un niño:
Mi mamá dice que la primera vez que abordé un DC-9 de Aeroméxico desde Ciudad Obregón y hasta Ciudad de México no pude dejar de llorar ¡No quería subirme a ese tubo volador! Y es irónico que años más tarde lloraría cada vez que me iba a bajar de uno.
Cuando niño, desde 3 días antes de volar, no podía dormir, contaba las horas para abordar el vuelo y era lo mejor que podía pasarme. Experiencia, que solo podía vivir 1 o 2 veces al año. Subirme al avión era todo un acontecimiento; llevaba lista mi grabadora y mi cámara para que no se me escapara cada segundo y poder inmortalizar la experiencia y como olvidar cuando el Cap. Javier Morones me invitó a la cabina del MD88 y me regaló una carta Jeppessen que hasta ahora guardo; ¡Era como si un superhéroe me hubiera regalado un artículo personal!
Yo nunca tuve ese conflicto existencial de preocuparme acerca de qué quería ser cuando creciera, yo supe desde los 4 años que quería ser piloto. Para mí, subirme a un coche, era subirme a un avión; le pedía a mi papá que pusiera la estación AM de radio donde hubiera más interferencia para imaginarme que ese sonido eran los motores del avión y cada vez que viajaba por carretera, no podía más que cerrar los ojos y pensar que volaba.
Durante todas y cada una de las navidades mi regalo era un boleto de avión, en un vuelo que entre más escalas tuviera sería mejor. Si, de niño me privé de tener muchos juguetes como todos los de mi edad para poder subirme a un avión, pero eso sí, tenía el aeropuerto de Lego más grande del mundo (al menos para mí, hasta que a los 25 conocí el de Legoland). Como no olvidar aquella vez que TAESA puso sus vuelos a Tijuana en 90 Nuevos Pesos; y yo con mis pequeños ahorros quería volar el mismo día de ida y de vuelta.
Un día me preguntaron, si además de piloto quería estudiar algo más porque la carrera de piloto es muy cara. En ese momento, me preocupé porque nunca ni siquiera se me había ocurrido que el dinero podría ser un impedimento. Y es que ¡No hay nada peor que romperle la ilusión así a un niño! Y empezaron las adversidades. Y a todas las personas mayores que lean esto por favor nunca le digan a un niño ilusionado que algo no se puede lograr; porque sin saberlo podemos estar truncando una carrera prometedora. ¿Qué le habrán dicho a Eugene Cernan cuándo de niño decía que quería ir a la luna?
De niño pase muchas horas en el aeropuerto de mi querida Ciudad Obregón viendo los 3 aviones que llegaban, y es que para mí era el momento más importante del día. Recuerdo mis visitas también al aeropuerto de la Ciudad de México en donde desde el último piso del estacionamiento se veían los aviones y en dónde con cada aterrizaje se alimentaba mi ilusión. En ese entonces si que era emocionante ir a revelar los rollos para ver las fotografías que con mi cámara de las Tortugas Ninja había tomado.
A todos los niños que me leen quiero decirles esto: No dejen que nadie les destruya sus sueños, por el contrario, que cada personas o cada situación que les haga pensar que no se puede sea un motivo para SI hacerlo.
A todas las ‘personas mayores’ recuerden de repente dejar de tomar las cosas con tanta seriedad y sorpréndanse como cuando eran niños. A veces, se nos olvida tomarnos un minuto durante nuestro vuelo para dejar de lado las listas y los memory ítems o cualquier otra ocupación para ver que el sol se está ocultando a nuestro lado, regalándonos el mejor de los paisajes y recordándonos todos los días lo maravilloso que es decirle a nuestro yo de 5 años de edad “Te cumplí”.
Afortunadamente la vida me llevo por el buen camino y me puso a las personas indicadas a mi alrededor; un camino que inició tomando fotos en el aeropuerto y que continua hoy al poder aterrizar este Boeing 737-800 en el aeropuerto de Las Vegas; todo esto me hace pensar en por qué Peter Pan no quería crecer y la respuesta es simple…. No quería dejar de creer en las hadas para poder seguir volando.